EL OBJETO FORMAL DE LA DIDÁCTICA
Dentro de las Ciencias de la Educación, la Didáctica ocupa un espacio que
no puede ser cubierto por las demás; de lo contraría tendría que eliminarse como
saber.
Las didácticas de base psicológica tienen en común que el punto de referencia
para lo que el docente debe enseñar (materia de la Didáctica) lo indica la vida
particular, EL INTERÉS DEL ALUMNO y nó las exigencias de la sociedad.
El método o proceso de enseñanza debe ser también psicológico, esto es, debe
consistir en la actividad psíquica en su autodesarrollo sin referencias impositivas
u objetivas. Cada uno aprende —y, en consecuencia, a cada uno hay que
enseñarle— según sus propias necesidades, intereses, motivaciones. La Didáctica
se basa y se rige, entonces, por estas exigencias. «Lo que importa es el
interés que el alumno toma por su trabajo», afirma Ferriére (1947, 21), que
puede ser considerado el fundador y divulgador de la Escuela Activa, escuela
de la espontaneidad, de la expresión creadora.
Las líneas de pensamiento que han logrado desprenderse en buena parte de la
base biológica, ven sin embargo a la actividad psicológica como una prolongación
interiorizada de la acción en función biológica. Se han elaborado así
bases psicológicas para las teorías del aprendizaje y la Didáctica, que centran
su interés en la actividad cognoscitiva constructivista en cada individuo. «Conocer
un objeto es operar sobre él y transformarlo para captar los mecanismos
de esta transformación en relación con las acciones transformadoras. Conocer
es asimilar lo real a estructuras de transformaciones, siendo estas estructuras
elaboradas por la inteligencia en tanto que prolongación directa de la acción»
(Piaget, 1980, 37).
Otras corrientes psicológicas centradas en el alumno, acentuaron menos el
aspecto cognitivista que el AFECTIVO. La base de la Didáctica es puesta
entonces en la aceptación empática, no posesiva, sin condiciones, del modo de
ser del alumno. La madurez emocional es vista como el motor de la propia
acción, como una excelente base para el pensar correcto, para el desarrollo
creativo de la capacidad de juicio y acción. «El aprendizaje autoiniciado que
abarca la totalidad de la persona —su afectividad y su intelecto— es el más
perdurable y profundo...» (Rogers, 1978, 130).
En este caso, la Didáctica pone por base un clima afectivo de aceptación del
alumno como protagonista y responsable de su propio aprendizaje, de sus
deseos, de sus logros. La iniciativa por el aprendizaje viene del alumno, al que
no se le imponen pautas para aprender. Nadie puede negar la importancia de
la afectividad en el aprendizaje. Sin embargo, el aspecto humanitario de la
afectividad presente en la enseñanza, ha servido, con relativa frecuencia, de
excusa para prolongar —mediante el afecto— el vínculo de dependencia personal
del docente sobre sus alumnos. A veces, el afecto es la moneda falsa con
la que el docente paga la sumisión del alumno a los valores que él, como adulto,
propone heterónomamente.
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