miércoles, 17 de agosto de 2016

EL OBJETO FORMAL DE LA DIDÁCTICA

EL OBJETO FORMAL DE LA DIDÁCTICA



Dentro de las Ciencias de la Educación, la Didáctica ocupa un espacio que no puede ser cubierto por las demás; de lo contraría tendría que eliminarse como saber. 

Las didácticas de base psicológica tienen en común que el punto de referencia para lo que el docente debe enseñar (materia de la Didáctica) lo indica la vida particular, EL INTERÉS DEL ALUMNO y nó las exigencias de la sociedad. El método o proceso de enseñanza debe ser también psicológico, esto es, debe consistir en la actividad psíquica en su autodesarrollo sin referencias impositivas u objetivas. Cada uno aprende —y, en consecuencia, a cada uno hay que enseñarle— según sus propias necesidades, intereses, motivaciones. La Didáctica se basa y se rige, entonces, por estas exigencias. «Lo que importa es el interés que el alumno toma por su trabajo», afirma Ferriére (1947, 21), que puede ser considerado el fundador y divulgador de la Escuela Activa, escuela de la espontaneidad, de la expresión creadora. Las líneas de pensamiento que han logrado desprenderse en buena parte de la base biológica, ven sin embargo a la actividad psicológica como una prolongación interiorizada de la acción en función biológica. Se han elaborado así bases psicológicas para las teorías del aprendizaje y la Didáctica, que centran su interés en la actividad cognoscitiva constructivista en cada individuo. «Conocer un objeto es operar sobre él y transformarlo para captar los mecanismos de esta transformación en relación con las acciones transformadoras. Conocer es asimilar lo real a estructuras de transformaciones, siendo estas estructuras elaboradas por la inteligencia en tanto que prolongación directa de la acción» (Piaget, 1980, 37). Otras corrientes psicológicas centradas en el alumno, acentuaron menos el aspecto cognitivista que el AFECTIVO. La base de la Didáctica es puesta entonces en la aceptación empática, no posesiva, sin condiciones, del modo de ser del alumno. La madurez emocional es vista como el motor de la propia acción, como una excelente base para el pensar correcto, para el desarrollo creativo de la capacidad de juicio y acción. «El aprendizaje autoiniciado que abarca la totalidad de la persona —su afectividad y su intelecto— es el más perdurable y profundo...» (Rogers, 1978, 130). En este caso, la Didáctica pone por base un clima afectivo de aceptación del alumno como protagonista y responsable de su propio aprendizaje, de sus deseos, de sus logros. La iniciativa por el aprendizaje viene del alumno, al que no se le imponen pautas para aprender. Nadie puede negar la importancia de la afectividad en el aprendizaje. Sin embargo, el aspecto humanitario de la afectividad presente en la enseñanza, ha servido, con relativa frecuencia, de excusa para prolongar —mediante el afecto— el vínculo de dependencia personal del docente sobre sus alumnos. A veces, el afecto es la moneda falsa con la que el docente paga la sumisión del alumno a los valores que él, como adulto, propone heterónomamente.


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